Las intervenciones en el Centro Histórico de San Salvador han generado controversia y preocupación. Carlos Ferrufino, arquitecto y urbanista destaca la importancia de preservar nuestro patrimonio como responsabilidad colectiva.
El Centro Histórico de San Salvador, con sus edificios y calles cargados de historia, es mucho más que un simple conjunto de estructuras; representa el legado tangible e intangible de generaciones pasadas. Este espacio alberga una riqueza arquitectónica única y guarda en sus cimientos las memorias colectivas de sus habitantes.
La preservación de este patrimonio no es únicamente un deber de los arquitectos o historiadores, sino una responsabilidad compartida por toda la sociedad. En un tiempo donde la modernización y la restauración de los espacios históricos son vistas como prioridades, es crucial reflexionar sobre el modo en que estas intervenciones se llevan a cabo y las consecuencias que pueden traer.
El tema ha cobrado una relevancia urgente debido a las recientes modificaciones y transformaciones que el Gobierno de El Salvador está realizando en la zona. Estas intervenciones han incluido la demolición de manzanas enteras de edificios protegidos y la transformación estética de edificios públicos de alto valor, como el Palacio Nacional, sin aplicar los criterios adecuados de conservación.
Además, estas acciones han excluido a personas que han habitado este espacio por años, utilizándolo como lugar de trabajo, tránsito y domicilio; desarraigándolos de su entorno habitual.
Para entender mejor qué está ocurriendo con el Centro Histórico de San Salvador y los impactos de estas transformaciones, hablamos con el arquitecto Carlos Ferrufino. Graduado de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y con una maestría en planificación urbana y regional del Virginia Tech; el arquitecto Ferrufino es catedrático del Departamento de Organización del Espacio de la UCA en las áreas de diseño arquitectónico, historia de arquitectura, ordenamiento y gestión territorial. Él nos ofrece una perspectiva integral sobre la importancia de la preservación del patrimonio y los desafíos que enfrentamos en este esfuerzo colectivo.
Primero, ¿qué entendemos por Centro Histórico?
El Centro Histórico de San Salvador, delimitado oficialmente por la Asamblea Legislativa en 2013, abarca aproximadamente 120 manzanas, extendiéndose desde el bulevar Venezuela hasta la alameda Juan Pablo II y desde la 25 avenida hasta la zona del barrio Zurita. Este espacio resguarda el corazón fundacional de la ciudad. Tiene su origen en la plaza Libertad, la plaza mayor en el momento de su fundación a mediados del siglo XVI. San Salvador, fundada en 1542, es la capital más antigua de Centroamérica que aún se mantiene en su sitio original, subrayando la importancia histórica no solo para la ciudad, sino para todo el país.
El concepto de Centro Histórico abarca un conjunto de inmuebles, calles, espacios públicos, plazas y parques que, por su valor de conjunto, otorgan un carácter distintivo a la ciudad. Dentro del Centro Histórico se distinguen varios sectores: el microcentro, alrededor de las tres plazas principales (plaza Libertad, plaza Gerardo Barrios o Cívica, y plaza Morazán); el centro consolidado, que se extiende más allá del microcentro; y la mayor extensión conocida como centro histórico. Estas áreas representan no solo el desarrollo urbanístico, sino también la evolución social y cultural de la ciudad.
Carlos, cuéntenos, ¿cuál es realmente el principal valor histórico de esta zona de la ciudad?
Lo vemos todo el tiempo pero pasa desapercibido. Es la trama urbana de manzanas, calles y avenidas de esa cuadrícula que es la original de la ciudad. Todavía la vemos y está en uso. Es por donde caminamos y andamos todo el tiempo.
Eso, acompañado de la Plaza Principal que, como digo, originalmente era la plaza Libertad como plaza Mayor. Aunque en el siglo XIX adquirió mayor importancia la plaza Barrios porque ahí se asentó justamente un edificio muy importante que es el Palacio Nacional, la sede del Estado, que tenía un edificio anterior al que vemos actualmente. Este es el segundo palacio y en donde además se trasladó la catedral o el templo principal de la ciudad.
Realmente no es que haya una arquitectura única homogénea que corresponda a un período específico. No, porque ha habido todo este proceso continuo de transformación y de integración de diferentes edificaciones.
Sí hay varios elementos que son importantes a nivel de lo que llamamos edificaciones monumentales. Son fundamentalmente los grandes edificios públicos, donde hay que volver a destacar el más importante, el Palacio Nacional, donde se concentraban todas las oficinas del Estado.
Hay otros edificios públicos también significativos, por ejemplo, el que se conoce como el Telégrafo, el Palacio de comunicaciones eléctricas que está sobre la calle Rubén Darío; el castillo de la Policía Nacional, que es otro edificio público significativo y el Teatro Nacional. Todos estos edificios monumentales públicos tienen una arquitectura fundamentalmente de principios del siglo XX, algunos comenzaron a construirse a finales del siglo XIX, pero realmente todos terminaron de construirse en ese periodo. El Palacio Nacional en 1911, el Teatro Nacional en 1917 y el Telégrafo 1935, es decir, es ese periodo en el que vemos una arquitectura que llamamos historicista.
Hay otro elemento que pasa desapercibido. Hay que recordar que el centro tenía una función habitacional muy importante hasta prácticamente mediados del siglo XX. Vamos a encontrar edificaciones menores, privadas de carácter doméstico, que son muy singulares. Y ahí es donde entra todo el tema de la construcción con lámina. Construcción con materiales livianos, metálicos, que es una característica muy especial y singular del centro de esta ciudad que no vamos a encontrar en otros centros históricos, por lo menos en la región centroamericana.
Entrando en materia sobre los cambios que está teniendo el centro actualmente, ¿cómo evalúa estas intervenciones?
Creo que hay que verlo de varias maneras y en varios tiempos. El proceso de cambios y de intervenciones en el centro de la ciudad ha sido continuo y permanente cuando lo empezamos a estudiar con detalle en todo lo largo de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del siglo XXI. Desde la Administración Municipal de Héctor Silva, en 1997, empezó a plantearse con toda claridad la necesidad de una intervención para revitalizar el centro de San Salvador. Se estimaba, con bastante evidencia, que había una situación de degradación, de caos, de inseguridad.
A partir de ahí han venido diversas intervenciones. Siempre fueron intervenciones sobre el espacio público, es decir, intervenciones sobre estas plazas principales y sobre las vías. Esta tal vez fue la novedad en el periodo municipal 2015-2018: intervenir las vías que conectan las plazas para peatonalizarlas y darles un carácter un poco más seguro que, debo decir, esa me parecía una apuesta en la dirección correcta. Efectivamente, para darle calidad al espacio que tanta gente utiliza.
¿Qué es lo que ha sucedido recientemente con estas intervenciones?
Bueno, estas intervenciones empiezan a llegar a las edificaciones y siguen en los espacios públicos. Tanto en términos de remodelarlas o incluso de demolerlas que hemos visto recientemente es lo que está sucediendo. En eso sí quiero ser muy claro. Es crítico porque estamos alterando el valor patrimonial y el carácter de ese centro histórico. Caemos en una situación paradójica y contradictoria de querer recuperar o revitalizar un espacio pero, al mismo tiempo, lo estamos destruyendo.
Me parece que toda la tensión se concentra en este momento en el Palacio Nacional, pero también hay que prestarle atención al caso del parque Bolívar. Esta plaza que está sobre la calle Rubén Dario. Ahí se ha demolido un quiosco que tenía un valor patrimonial. Una estructura singular que se eliminó con el afán de remodelar el parque. Ahí queda en evidencia que no nos damos cuenta, que eso tenía un valor y que al demolerlo pues simplemente eso se perdió y desapareció.
¿Qué impacto puede tener la pérdida de estos elementos históricos en edificios y plazas?
Pues, yo creo que tiene un impacto que podemos ver en varios niveles, por lo menos en tres niveles. El primer nivel, con el que yo estoy más directamente involucrado, es el tema arquitectónico y urbanístico. Estamos quitándole valor arquitectónico a un edificio, por ejemplo, cuando le sustituimos sus pisos, cuando cambiamos sus acabados. Hay que entender que eso es parte integral de la edificación. Si yo lo sustituyo y si ese cambio es irremediable, ya alteré ese edificio para siempre. Perdió un valor y perdió esa cualidad de integridad que en términos patrimoniales es importante. El edificio no es sólo la fachada, no es sólo la distribución de los espacios.
No soy yo cambiando mi casa, sino que es el Estado. Y debo decir, unos profesionales en el Estado, alterando un bien que es de toda la sociedad. Por eso el tema del patrimonio es importante, porque no es solo de la sociedad de hoy, es en principio un patrimonio que le vamos a legar a la sociedad de mañana y de varias generaciones más adelante. Así como lo recibimos de otras generaciones, no fuimos nosotros los que lo hicimos. Allí hay un impacto brutal.
¿Transforman la identidad de la ciudad estos cambios?
Por supuesto. Transforman la imagen, y esto es bueno para el segundo punto de impacto. Transforman esa imagen, esos valores, esos elementos especiales, característicos de esa zona de la ciudad que no se reproducen en otras partes de la ciudad. Por eso es irremplazable.
Por eso el centro siempre va a ser un lugar especial, porque la ciudad sólo se fundó en un lugar y esos edificios importantes monumentales, de los que hablábamos hace un rato, sólo están aquí, no están en otro lugar. Al alterarlos estamos yendo en detrimento, en contra de los mismos valores que hacen especial a esa zona de la ciudad.
Me parece relevante recordar que hay un impacto social importante. Este tipo de intervenciones, no sólo en San Salvador, sino que en muchas otras ciudades del mundo donde se han llevado procesos de este tipo, van a tender a generar exclusión social. Porque la mejora, el embellecimiento de cierta zona de la ciudad, produce otros efectos: que todo se haga más caro en el lugar, que sea más difícil tener un espacio y que sea más difícil vivir. Y eso excluye a la población. Para mí, eso es algo que tampoco debemos de perder del radar.
¿Considera usted que está ocurriendo un proceso de gentrificación en el Centro Histórico de San Salvador?
Esto podría ser el inicio. Este proceso se da cuando hay la sustitución de un grupo de población por otro nuevo que llega, que la desplaza porque el nuevo grupo tiene mayores ingresos y la población original ya no puede vivir en ese lugar porque se vuelve demasiado caro. Ahí se refiere esencialmente a procesos habitacionales. Creo que todavía no estamos en ese punto. Por supuesto que la tendencia nos podría llevar hacia eso claramente. Todavía está por verse.
Hay otro tema que en términos urbanísticos nos parece muy importante. No está el tema habitacional todavía abordado. Pareciera que nos concentramos otra vez en las plazas, en las vías, pero ¿dónde viven las personas? Las personas de a pie, las personas que trabajan aquí. Es un tema que no está planteado y que nos parece central.
Lo que sí afirmo con toda propiedad porque, así lo declararon en su momento también los funcionarios, es que en el año 2013 se terminó el plan de la subregión metropolitana. Ese plan tenía un apartado especial del centro histórico de San Salvador en el cual sí estaban varias de las intervenciones que se han hecho: las tres plazas y la conexión entre ellas, es decir, el crear este espacio peatonal.
Todo eso estaba previsto. Incluso la recuperación en la zona de El Calvario y la plaza contigua. La ampliación de la acera en la calle Rubén Dario, ahí estaba. Sorprende, por ejemplo, que eso vaya bien lento en relación a otras transformaciones que se incorporaron: la Biblioteca Nacional y esta plaza nueva que está a un costado del Palacio Nacional. La misma intervención del palacio no es parte de ningún plan.
¿Es posible abrir este proceso de transformaciones en el Centro de San Salvador a la participación activa de la comunidad?
Claro que se pueden crear mecanismos para que los que viven aquí; los que son propietarios de inmuebles; los que trabajan acá; los usuarios del espacio, puedan expresarse o puedan poner sobre la mesa sus necesidades, sus visiones sobre este espacio. En eso podemos decir que nos estamos quedando cortos porque no existe tal espacio. Es importante que la gente se exprese sobre el espacio en el que vive.
¿Hay ejemplos de ciudades en la región en la que la revitalización de los centros históricos ha sido efectuada de manera unificada con la sociedad?
Todo este tema de centros históricos es complejo, por supuesto, y polémico. Tiende a serlo porque es muy visible. Hay casos que en términos generales se plantean como exitosos. El caso de Quito, Ecuador, que fue uno de los primeros centros históricos declarados patrimonio de la humanidad. Ahí todavía tiene otro nivel, porque es un reconocimiento internacional a esa configuración urbana.
Su renovación ha sido un proceso largo, pero incorpora temas como el espacio habitacional. Es decir, cómo se garantiza que esa población, en general, más vulnerable que habita estos centros históricos se mantenga ahí y además en buenas condiciones. No en una vivienda precaria, sino que en una vivienda adecuada a pesar de todas las mejoras que se pueden hacer en el espacio. Ahí tenés un ejemplo excelente.
Más cerca de nosotros tenemos el caso de Antigua Guatemala. Otra ciudad declarada patrimonio de la humanidad. No se puede hacer un edificio moderno en medio de Antigua. Ahí hay una compenetración con los valores de la ciudad. Es lo que la hace especial. Justamente no se puede hacer una intervención que comprometa esos valores. No puede ser un interés comercial el que altere esa integridad.
Recientemente en Panamá se ha hecho ese proceso. El Centro Histórico de Ciudad de Panamá es también patrimonio de la humanidad y como tal se ha intervenido. El tema de la exclusión es un tema que está planteado, por ejemplo, en el caso de la Antigua. Eso nos puede ayudar a hablar del tema del turismo. Se critica mucho que, esa ciudad que se conserva, se ha entregado demasiado al puro turismo y que realmente en la Ciudad de Antigua Guatemala los locales ya no la habitan. Ese es un tema que vale la pena debatir.
¿Qué lecciones pueden aprenderse de estos casos para aplicarlas en el Centro Histórico de San Salvador?
Lo que no podemos perder de vista es la relación entre los dos elementos. Entre esta dimensión arquitectónico-urbanística de lo edificado y la dimensión social de quiénes son los habitantes y usuarios de esos espacios. Esa integralidad no la podemos romper. Hay que pensar cómo un proceso que, probablemente arranca con lo arquitectónico y urbanístico, puede también incorporar una dimensión social, garantizando que no se va a excluir a los habitantes de los lugares que se están interviniendo.
Sin embargo, lo que se está haciendo es exacerbar, exagerar la exclusión que existe en nuestra sociedad y eso es algo contra lo que deberíamos de luchar realmente.
¿Por qué es importante que la gente se sume y muestre interés en este tema de preservar los valores históricos de este espacio?
Todo este episodio con el centro de San Salvador nos ha dejado bastantes lecciones. Una es el tema del patrimonio. Para volver a su definición, es un legado de bienes tangibles e intangibles, que generaciones anteriores nos dejan a nosotros. Los tenemos en custodia, porque nosotros tenemos la obligación también de dejárselos a las siguientes generaciones. Eso por ponerlo de una manera bastante simple. La responsabilidad de protección del patrimonio, de valorización del patrimonio pero, también voy a decir, de conocimiento del patrimonio. Esa responsabilidad es de todas y todos.
No es un tema solo de arquitectos. Toda la sociedad está llamada a protegerlo. Por supuesto que para eso se necesita una cierta formación, se necesita conocer. Si yo nunca he venido al centro, si yo no conozco la historia de la Iglesia del Rosario, es más difícil que yo aprecie sus valores y entienda que merece un cierto respeto, y un cierto cuidado, justamente para asegurarnos que va a trascender a otras generaciones.
Toda esta situación lo que nos demuestra es que, efectivamente, por lo menos un edificio como el Palacio Nacional, sí genera en la población, o en grupos bastante amplios, una preocupación, un interés por saber qué está pasando, qué se está haciendo, de qué manera y con qué criterios.
Ahí vuelve a ser importante que, quienes técnicamente están detrás de esas intervenciones, puedan explicar qué es lo que están haciendo, cuál es el plan, cuál es el propósito, por qué se está cambiando tal cosa y qué es lo que se persigue. Lamentablemente eso no lo estamos teniendo.
¿Quiénes son las personas o la institución encargada de hacer estas modificaciones?
Hay que verlo, otra vez, en varios niveles. Para mí siempre hay un nivel, y lo digo como profesional, que es el de los profesionales técnicos. En cualquier intervención que tiene que ver con el patrimonio se habla de la necesidad de un equipo multidisciplinario.
Si para construir una casa en cualquier lugar yo necesito una persona a cargo de la arquitectura, de la ingeniería estructural, de la ingeniería eléctrica, es decir, un equipo de diferentes profesionales; con más razón cuando estoy interviniendo un inmueble patrimonial. Porque ahí es la técnica de la restauración o de la conservación la que entra a jugar un papel muy importante.
Por supuesto, también el tema de la historia para poder entender realmente esa edificación: de dónde viene, qué valores -no sólo arquitectónicos, también históricos- tiene, por qué ahí sucedieron determinados acontecimientos, entre otros.
Es el caso, claramente, del Palacio Nacional. Ese grupo tiene gran parte de responsabilidad porque ellos están decidiendo la manera en la que se va a transformar ese bien patrimonial, ese monumento nacional. Por lo tanto, ese es el primer nivel de responsabilidad.
Hay mucha gente que dice: “vean cómo en otros países también intervienen edificios históricos y demás”. Es verdad, pero ahí hay unas personas, unos equipos que dan la cara y que pueden explicar: “estamos haciendo esto por tal razón”; y al menos podemos debatir si las razones tienen el peso que se requiere. Ese es el nivel profesional del que nadie se puede soslayar, pues, si está allí, tiene responsabilidad profesional.
Me gustaría terminar hablando sobre el valor simbólico de estos cambios para la ciudad y sus habitantes. ¿Qué representan de cara a la memoria histórica y de cara al futuro?
Yo creo que este tema siempre habrá que ir valorándolo en el tiempo. Las ciudades, y en eso sí yo estoy convencido, son entes vivos. No es algo que queda estático, ni congelado en el tiempo. Justamente, si una ciudad es saludable, está continuamente en una dinámica de cambio y de transformación. Pero esa dinámica de cambio y de transformación no puede hacerse en detrimento de algunas de las que son sus principales características y virtudes, que son los elementos que le dan una identidad, que le dan un carácter propio que es reconocido y que además es reconocido por sus habitantes.
Cuando eso lo alteramos dramáticamente, estamos transformando esa identidad, y eso es lo que me preocupa mucho. Estamos devaluándonos a nosotros mismos, porque estamos implícitamente diciendo que, eso que somos, no es importante, y que podríamos hacer algo nuevo. El problema de ese discurso, de decir “algo nuevo”, hace una ruptura. Nada garantiza que dentro de 10 años alguien no vaya a decir: “yo voy a hacer otra ruptura”. Esto que hoy nos parece tan nuevo es, también, muy peligroso. El discurso de lo nuevo, o de lo moderno, es que siempre puede venir algo más nuevo o más moderno. Algo que justifique, desde un punto de vista, que hay que seguir eliminando lo que tenemos. De hecho, tenemos poco precisamente porque ese ha sido el discurso dominante durante mucho tiempo.
Quiero reafirmar el punto de la corresponsabilidad. Todos desde diferentes campos: el universitario, el profesional, los medios de comunicación social, o un campo puramente ciudadano; estamos invitados a estar pendientes y a expresar nuestra opinión.
Si, lamentablemente, no existen los espacios para poder debatir más abiertamente estos temas o, sobre todo, escuchar las razones de quienes están promoviendo estos cambios; al menos cumplamos con nuestro deber de expresar claramente cuál es nuestra postura sobre ellos o cuáles son nuestras preguntas. Para que, probablemente, más adelante puedan ser respondidas aunque tal vez sea demasiado tarde.